EL TIGRE RUGE
|Crónica de un destino infinito.
Tigre fue cambiando la piel sin dejar la identidad en el camino. Nací con su historia centenaria de paseantes que desde tiempos inmemorables disfrutaban las islas y el continente que la rodea. “El Tigre”, como me gusta llamarlo, fue elegido como el lugar a principios del siglo XIX para poner los cascos de estancia más hermosos, una época de oro en la que se llenó de luces opulentas y palmeras traídas de algún paraíso tropical. Lo que sucede en estas tierras no es parecido a nada, un encuentro con una Buenos Aires cercana pero distinta completamente. No se trata solo del río, su mundo de lanchas y costas, de canoas y paseos, de catamaranes y mercados es una parte de todo lo que se respira. Tigre es historia viva de museos y artesanos, inspirador tenaz de escribientes y artistas, de cocinas autóctonas, de comidas del Delta, de productos que nacieron en la isla y se convirtieron en la cotidianeidad de los domingos de miles de familias que pasearon por los mercados de la ciudad infinitas veces. Mezcla de Borges y juncos, Tigre es una huella histórica armada con más de dos siglos de paciencia. ¿Qué diría Sarmiento de su casita adentro de una pecera?. Pero más allá de las extravagancias, con los cambios y el crecimiento, también surgió una nueva gastronomía que pide buenas cartas de vino y buenas cabezas creativas al mando. En eso estaba cuando empecé a escribir esta nota, en contar un poco qué hay de nuevo, a dónde está yendo esta raíz tan grande que acunó una estética entera de mimbres y naranjas; en ver qué destinos nos tiene preparado el gigante recostado en el norte, esperando atento con su suave pelaje, la profunda necesidad de ventilar las preocupaciones al sol, de perder la vista en el agua, y volver del domingo con al menos una certeza, y un poco de su fuerza felina en la piel.
Si bien venir a la zona ya es una fiesta por el Delta y sus alrededores, algo en lo que respecta a la variedad de las cocinas y las cartas de vino tuvo que modificarse en las últimas décadas. Pasando de un público ultra tradicional a un caudal mucho más importante de curiosos, la necesidad de lugares donde comer otras comidas y probar otros vinos se hizo casi una ley. Ya sea por la tradición o por el miedo a no “pegarla”, esa transición llevo un tiempo largo, y para suerte de los paladares inquietos, Tigre hoy tiene una variedad de espacios y lugares que hace muy difícil pensar que se pueda recorrer tan solo en un día.
Tigre tiene tres grandes núcleos. El primero y por su contundencia natural, es el Delta. Si se quiere ir a comer a los restaurantes que están en las islas se debe llegar muy temprano y contar con tiempo e información. Hay mucha variedad y distintas calidades, se llega siempre en una embarcación, y de no contar con una se puede ir en lancha colectiva o taxi. El segundo núcleo turístico es el centro que rodea a la estación Fluvial y la de trenes, esto se recorre a pie. Ahí tenemos el clásico Puerto de Frutos, el Paseo Victorica sobre el río, el museo del Tigre Hotel (así lo llamamos los locales) y el Boulevard Sáenz Peña. Más atrás está el Casino y el Parque de la Costa que antes tenía un mini barrio chino que luego del covid no volvió. Y por último, el tercer núcleo turístico queda camino a Nordelta donde aparecen propuestas distintas. Se trata de la zona de Rincón de Milberg, que acuña por ejemplo el hermoso Camino de Remeros que se puede recorrer en auto o caminando, y que costea una pista de remo y canotaje. Allí el presupuesto es cero, se va con mate y bizcochitos a apreciar el paisaje. No hay nada. Más cerca de la Avenida Agustín M. García, donde desemboca el camino, van apareciendo centros comerciales que se fusionan con las parrillas típicas de la zona. En el último tiempo también se instalaron bares que ofrecen una chance para la noche y la coctelería.
Como soy nativa del Tigre y vivo aquí, amo obviamente las parrillitas que se apoyan en la costa del Paseo Victorica y que nos ofrecen mucho más que comida. Esa experiencia se trata de vivir el río mirando un horizonte que a veces la gente de la ciudad tarda temporadas muy largas en ver. Pero las personas más curiosas que quieren darle a su paseo por el Tigre una vuelta de rosca, ven acercarse opciones de vino por copa, acuerdos gastronómicos entre productos y estilos, cocinas innovadoras que tratan de decir que para comer y beber bien no hay que necesariamente dejar la billetera en ello. Es posible además que la enorme capacitación que surgió del consumo de vino en las casas durante la cuarentena, esté saliendo a la luz con un comensal que ahora no quiere volver a la monotonía. Por la gran inmensidad, es obvio que no voy a poder mencionar toda la oferta que hay, pero seleccioné algunos pocos que me parece que la rompen y son más que interesantes a la hora de elegir a dónde ir.
Boulevard Sáenz Peña
El Boulevard no es un lugar cerrado, es una calle que se encuentra a unas seis cuadras entre la estación del tren y el Puerto de Frutos. Tiene varias propuestas para comer, desde patios llenos de plantas al sol o locales que sacan sillones a la calle. A veces se organizan distintas ferias que suelen ser muy interesantes. También hay mercados que venden productos artesanales, cerámicas, antigüedades, arte, lanas, ropa, telas u otros tipos de materiales nobles. Es muy recomendable cuando hay sol! Algunos locales para chusmear: @lopezmaypulperia @almacendetigre @mercadodontoto
Tibuk Bistró
Se trata de un restaurante con cocina de autor dentro del mismo Boulevard Sáenz Peña. La propuesta de Julián Tiberio *chef y dueño de @tibukbistro* se destaca por una cocina innovadora de gran nivel y por organizar eventos con distintas temáticas asociadas siempre al vino. De las últimas cosas que propuso, fue una noche 100 por ciento de trufas, donde una comida de seis pasos incluía las fabulosas trufas de Nuevo Mundo (@trufasar) producidas en Espartillar, provincia de Buenos Aires. Todos los pasos elaborados con este oro de la gastronomía, incluso el postre.
“En mi carta hay vinos para todos los bolsillos, hay que lograr siempre la mejor relación. Yo tengo muchas etiquetas y bodegas diferentes, algunas conocidas y otras más boutique. En la cava tengo unas cuantas joyas que guardo para los clientes y para mis amigos, por ejemplo tengo un Pasacana Integral, un blend de la Bodega Fernando Dupont, un vino del norte argentino que me gusta mucho y que el público no está tan familiarizado. Me gusta que la gente que viene a Tibuk se sienta cómoda en un lugar lindo, que principalmente coma rico, que tengan una buena experiencia y se vayan contentos para que nos recomiende”. Nos cuenta Julián.
Granero Milberg
Si de lugares que apuestan fuerte hablamos, no quiero cerrar la nota sin mencionar a @granero_milberg, una de las nuevas joyitas de Tigre. Se encuentra sobre el final del camino de los Remeros. Un espacio abierto recientemente, con huerta y amplios jardines. Sus salones están muy bien ambientados entre antigüedades, lámparas, barras y patios cerrados. No importa el clima, siempre hay un espacio pensado para la comodidad. Hablamos con Darío Pombo, uno de sus dueños, sobre cómo armaron la carta de bebidas y la fusionaron en la propuesta gastronómica.
“Para armar la carta me junté con tres amigos. Nos inspiramos en tener una buena variedad de cepas y regiones, tanto de bodegas clásicas como algunas boutique y emprendimientos más chicos que tienen muy buena calidad. Contamos con 130 etiquetas, algo no tan usual hoy en día que las cartas de vinos vienen más acotadas. Nos pareció una propuesta interesante, tanto para la zona como por la gastronomía que brindamos: cocina grill, variedad de productos frescos, cortes de carnes Angus seleccionadas y maduradas en nuestro establecimiento y también opciones vegetarianas. Creo que hoy se está generando una gastronomía más profesional de lo que era habitualmente. En estos seis meses hemos propuesto diferentes tipos de degustaciones junto a bodegas y empresas de chocolates premium. En varias oportunidades compartimos cocina con chefs internacionales de renombre, y desde mediados de agosto tendremos un menú de pasos con vino”.
Recuerdo un tiempo donde la postal del tren era imborrable. Sin querer, las familias decoraban los vagones de vuelta a la Capital con ramas y canastos, cañas y mimbres, dulces y muebles que se traían del Puerto de Frutos. Los últimos mates se tomaban ahí mientras niños y niñas se quedaban dormidos en los regazos de sus padres, agotados por tanto agite. Nunca voy a olvidar la luz en esos trenes, era como un manto de un atardecer vencido que calmaba la furia del tren repleto. El auto a veces nos quita la posibilidad de entender todo lo que una ciudad representa en el inconsciente colectivo, tan solo por ver el regreso del tumulto cansado y satisfecho. El Tigre te da la posibilidad de acercarte a la orilla de las cosas, es el momento donde vuelve el contador a cero, y luego, algo de su gestión del sol y de esos olores raros que trae el río. Los vientos que se quedan grabados, las familias que crecen, las infancias que se hacen adultas, y el domingo, otra vez, a buscar los bordes de la ciudad.