El vagón rosa

Estaban acodados cada uno en la punta de una mesa, alrededor de un vino que por cierto era muy bueno; por momentos miraban al techo y por momentos las manos sostenían los rostros incomodados. Cruzaban leves miradas de desconcierto que arrojaban preguntas invisibles al aire. Las ideas brotaban en forma de sinsentido, “¿Qué hicimos mal?- Nuestras intenciones eran buenas – ¿Qué querrán?” El vino se endurecía en la copa y el sol hacia su recorrido final cuando uno de ellos se recostó sobre el sillón de la punta y mirando al techo dijo – “LO TENGO!”

La pregunta ante la falta de mujeres en una foto de uno de los eventos prestigiosos del vino,  derivó en un problema mayor, porque resulta que incorporar visiblemente a las enólogas y sommeliers no podía ser un acto natural, un simple reflejo de la realidad en la que vivimos, sino un acto deliberado que había que demostrar. 

Recuerdo preguntarme qué tenían de distinto las Gillette rosas con las demás cuando salieron al mercado. La respuesta no los sorprenderá. No tenía nada que ver con la piel, ni con la adaptación a los cuerpos, era el color  el que delimitaba la zona; de golpe las mujeres éramos un nicho de consumo y se empezó a pintar de rosa cuanto objeto se vendiera con tal de dar la impresión de inclusión. Pero eso no era inclusión. Nosotras ya estábamos incluidas, lo que no se permitía era que fuera en el mismo status. No se necesita el color rosa en un flyer para que sepamos quienes somos, tampoco se necesita agruparnos a todas en un corral para que se vea que somos un montón.  El tratamiento especial dicta la falta de sensibilidad sobre el tema, como si nuestra labor fuera digna de una jaula de zoológico a la que hay que mirar. “-Por acá a la derecha, las enólogas mujeres, miren cómo catan. No les tiren comida por favor”. 

No se trata de armar una guerrita, les diré que es casi todo lo contrario, se trata de que nos miren con una mirada profesional y no infantilizante sobre lo que hacemos. Hagamos el ejercicio contrario, una cata en medio de un evento prestigioso donde de golpe ponen a todos enólogos por el simple hecho de ser hombres ¿qué mérito tiene eso? Y para finalizar, ponerlos a todos en recuadros celestes, para que ninguno se confunda “miren que son varones, eh”. ¿No tiene sentido, verdad? Bueno, de la misma manera no tiene sentido juntar a las mujeres como en un greenwashing del feminismo, que debe mostrarlas “porque existen”. El vino es lo importante, y lo que hacen en el vino es lo importante. A misma tarea, mismo reconocimiento, a mismos logros, mismos premios. Se trata tan solo de eso, de mirar la foto tal cual es. 

En Mendoza muchas bodegas han apostado por poner en lugares estratégicos a mujeres, y les ha ido muy bien con eso, pero a la hora de ir a las ferias no son ellas las que dan la cara, o son muy pocas. Por lo general se quedan custodiando los vinos mientras la cara visible de los vinos argentinos sigue siendo masculina. Necesitamos que se entienda que las mujeres no vivimos al margen de esta realidad, vivimos adaptándonos a ella, y lo hacemos con mucha paciencia porque nadie quiere destruir el lugar en donde vive. Nadie quiere pelearse con los hombres a los que ama, ni destruir la cantidad de cosas buenas que se han hecho. Pero hoy las fotos deben dejar de mostrar una sola parte, hoy las fotos pueden ser fieles a lo que pasa, sin ser infantiles, sin estar decoradas. 

Hace muchos años trabajé en el DF, en México. Me tocó viajar en el subte de maneras infrahumanas. Recuerdo como mi cuerpo era una cosa que todos podían tocar, el mío y el de cualquier mujer. Cuando bajé escandalizada me dijeron que la culpa era mía, que para mí existía un “vagón rosa”. En el vagón rosa viajaban solo las mujeres, en el vagón rosa estabas segura, y en el vagón rosa también estabas relegada. Lo único que me dejó esa experiencia es la enorme creatividad que tiene el sistema para no ver las cosas de frente, porque creyendo que era un acto de protección en realidad se avaló al resto del tren a seguir haciendo lo que se les cantaba. Y como frutilla del postre, cuando te equivocas de vagón, obvio, la culpable sos vos. 

Es probable que con este texto muchos me digan que me equivoqué de vagón, pero ya estoy grande y lucho por las cosas que me importan. Las mujeres no necesitamos colores rosas, ni catas especificas porque tenemos narices marcianas; necesitamos una mirada igualitaria ante nuestros progresos, necesitamos el mismo reconocimiento ante los mismo logros, y por sobre todo necesitamos que esto no se transforme en una lucha de rosas contra celestes. Salimos de un corralito hermosamente armado por siglos, de una cultura que no le hace mucho bien a nadie; jamás salir de ese corral significó amar menos ni odiar a nadie. Salir de nuestro vagón rosa es una necesidad que te dicta la conciencia, sobre todo cuando tenés hijos e hijas que van a vivir en un mundo en el que querés, necesitas,   verlos viajar en el mismo tren. Lo que importa es la diversidad en el vino, la complejidad de miradas, la profundidad que arman toda nuestras diferencias juntas. Es tan solo una foto, y no lo es, son siglos de una verdad omitida, son tiempos de una oportunidad histórica. 

Si te interesó esta nota, lee Guainead acá http://: https://comewinewith.me/2021/11/guainead/

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